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Espíritu de Equipo

Ser padre, no sólo es una fuente prácticamente inagotable de responsabilidades y de satisfacciones, sino, también, una sucesión constante de oportunidades de reflexionar sobre uno mismo y sus circunstancias (como diría Ortega y Gasset) viéndose reflejado en las situaciones que viven nuestros hijos y en las actitudes que exteriorizan.

Este sábado, el equipo de fútbol en el que juega mi hijo tenía un importante partido en el que se decidía la liga de prebenjamines, así que allí estábamos un nutrido grupo de padres y madres dispuestos a animar y apoyar a nuestros vástagos. Que, por otra parte, estaban bastante excitados por lo trascendental del choque (como diría la crónica del AS), y que estaban volviendo locos a los entrenadores de ambos conjuntos. Mas allá de maravillarme la paciencia, digna de Job, que exhibieron ambos técnicos ante el enjambre de niños de 7 años que les pedían jugar y además hacerlo todos como delanteros goleadores, me gustó mucho las lecciones que les trasmitieron haciéndoles ver que por encima de las individualidades estaba el esfuerzo colectivo, poniendo en valor el trabajo de cada posición, animándoles a que se apoyaran unos a otros, a que defendieran y atacaran en conjunto, a que respetaran al rival.

En definitiva, me gustó que antepusieran los valores del compañerismo y el juego limpio a la simple competitividad, al deseo de ganar, que estimularan el espíritu de sacrificio, el espíritu de equipo.

Llámenme romántico, queridos lectores, pero para quienes fuimos “fabricados” a principios de los 70 y vivimos la eclosión de los valores individualistas en los 80 y 90 esto tiene su importancia.

Les pongo un ejemplo, Mundial de México 86, eliminatoria entre Inglaterra y Argentina, tras un centro Maradona salta y de forma clamorosa mete un gol con la mano, ganaron el partido y después él mismo declaró que en todo caso fue “la mano de Dios”. En ese momento y, hoy por hoy, esa acción fue objeto de más elogios que repulsa, ¿Por qué? porque conectó con los valores de la época, es cierto que se saltó las normas, pero consiguió su objetivo, ganó, venció, se impuso a los demás y además supo venderlo con una frase ingeniosa, es decir, utilizó un marketing perfecto.

 

la_mano_de_dios

Trasladado al ámbito de la economía, esto mismo es lo que hacían los grandes iconos de la época, los “yuppies”, especulaban, estaban por encima de cualquier norma o regulación, pero ganaban asombrosas sumas de dinero, y tenían un marketing impecable, conducían cochazos, vivían en mansiones, vestían trajes caros y participaban en todas las fiestas. En el transcurso de una generación, y animados por una política neoliberal cuyo máximo exponente es Reagan, a los jóvenes se les arrebataron referentes como Che Guevara o Mahatma Ghandi para ser sustituidos por el Gordon Gekko de la película Wall Street que defendía aquello de que “la codicia, a falta de una palabra mejor, es algo bueno” .

Quien necesita una ética cuando se puede lucir una estética. Tal vez, la forma más brutal en que se ha descrito esta adoración por lo superficial sea la novela de Bret Easton Ellis, “American Pysho”, en la que, más allá de su tema principal, todos los personajes que aparecen jamás son descritos de forma personal sino únicamente por la marca de su ropa, y de sus coches, los restaurantes a los que van, la marca del agua de beben, e incluso la textura de las tarjetas de presentación que utilizan.

Casi 30 años después, la realidad de la crisis financiera internacional que se desató en 2008, nos ha hecho ver con claridad que el dinero con el que especulaban y pagaban sus fiestas es el que proviene de nuestras pensiones, seguros médicos y puestos de trabajo destruidos, con lo cual “han dejado de caernos tan simpáticos”.

Sin embargo, lo paradójico de todo esto, es que a pesar de que sabemos que los cimientos de la crisis actual se pusieron en aquella época por la desregulación de los mercados, la pérdida de derechos laborales, el debilitamiento de los sindicatos y el desmantelamiento de las redes de protección social, todo ello aderezado por la ambición desmedida de los que controlaban la economía, hoy, sobre todo, en Europa la derecha sigue defendiendo que estos son los pilares sobre los que tenemos que plantear la salida de la crisis.

Sólo así se entiende que en un momento de recesión económica lo que se haga sea una reforma laboral que pone el despido a precio de saldo, con la consecuencia de que desde que se aprobó se han destruido una media de 2600 empleos diarios.

Esto recuerda a los médicos del siglo XIX que a pesar de que el enfermo estuviera en las últimas seguían recetando sangrías como único método de curación, con la consecuencia evidente de que el enfermo terminaba muriéndose. Pero entonces, como ahora no faltará quien defienda que la terapia era la adecuada pero que el enfermo no puso lo suficiente de su parte.

Frente a esta situación no caben sólo las denuncias o acciones puntuales, sino que es necesario contraponer un modelo alternativo que hunda sus raíces en un sentido ético de la sociedad que se fundamente en la libertad y en la igualdad como elementos irrenunciables.

A los economistas y políticos que veneran el neoliberalismo y que de forma constante citan a Adam Smith como fundamento de autoridad para defender sus teorías habría que recordarles que este defendía que “ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y desdichados”.

Gregorio Escobar
Publicado en El Faro / 3 de junio de 2013